A Biarritz se la ha llegado a conocer como el “Mónaco del Atlántico”. Lo cierto es que no faltan puntos en común con esta ciudad – estado del Mediterráneo. La belleza, la historia, el lujo… Toda una serie de ingredientes que le dan un toque especial a una escapada que, apenas, está a unos 150 kilómetros de Bilbao, a menos de dos horas en coche. Suficiente para una visita de un día; aunque lo ideal es pasar, al menos, un fin de semana para disfrutar de este maravilloso destino.
Especialmente, si aprovechamos la ruta para descubrir otras joyas del País Vasco –Francés, como San Juan de Luz, Hendaya, Bidart o Anglet, entre otras. En esta pequeña te sugerimos algunos lugares imprescindibles de Miarritze, para que el visitante pueda verla en todo su esplendor.
El primer es elegir la forma de viajar. Ir en tu vehículo propio es una de las mejores opciones, ya que, además de darte libertad para la salida y la vuelta, te permite hacer algunas paradas como las que ya se han citado (imprescindible San Juan de Luz). También está la alternativa de utilizar el transporte público; en este caso, los autobuses tardan unas tres horas (el tren puede ser más complejo). Por otra parte, la ciudad tiene su propio aeropuerto; pero, desde Bilbao, no resulta demasiado eficiente viajar en avión.
Tras la llegada a Biarritz, es muy posible que nos invada la sensación de haber viajado a una de las ciudades europeas más clásicas y señoriales. El encanto de su paseo marítimo, la conservación de su majestuosa arquitectura, la presencia del turismo de lujo… ¿Por dónde empezar? Probablemente, el citado paseo marítimo no sea únicamente una de sus señas de identidad; además, es un recorrido para disfrutar tanto de día como de noche.
Con la luz del día, es el momento ideal para adentrarse en sus islotes, con icónicos puentes que permiten llegar a sus miradores y a sus peculiares y atractivas zonas verdes. Tanto la Rocher de la Vierge, como la Rocher du Basta, son imprescindibles y una parada habitual para los turistas. Es una forma de adentrarse, aunque sea unos metros, en el Atlántico. A poca distancia de la primera, está el Aquarium, uno de los mayores de la región y con una importante muestra de la fauna acuática local. También vale la pena desplazarse hasta el Faro, que nos ofrece una increíble vista.
Siguiendo con la ronda diurna, este paseo cuenta con su propio casino icónico, una de las muestras de que Biarritz no se queda atrás en comparación con Montecarlo. En primera línea marítima, el Casino Municipal de Biarritz fue declarado, en 1992, monumento histórico.
No es de extrañar, ya que es una joya del art déco, construida en 1929, aprovechando la afluencia de visitantes por las aguas termales de la ciudad. Su estilo y, por supuesto, sus clásicos juegos han inspirado al casino actual, ya sea presencial u online; pero este sigue siendo único, en lo que se refiere a la atmósfera refinada y aristocrática que le caracteriza.
Y, para seguir la tradición de principios del siglo XX, nada mejor que visitar alguno de los centros de talasoterapia y bienestar. Algunos de los hoteles más representativos tienen su propia oferta de estos servicios; aunque no son los únicos en esta ciudad.
Por cierto, la parada en el Hotel du Palais (construido, originalmente, en el siglo XIX) sorprenderá al visitante por su aura ilustre, propia de la restauración centrada en la nobleza de otras épocas. Para completar la experiencia, el turista puede acercarse, también, al Castillo La Folie Boulart; todo un portento de la arquitectura señorial.
En el ámbito más nocturno, lo mejor es empezar el paseo por la tarde. Y, tras degustar alguna de sus delicias en una “chocolaterie”, visitar sus comercios antes de la hora del cierre, como las inconfundibles “boutiques”. Cuando cae el sol, Biarrtiz se transforma, sin perder ni un ápice de su esencia más distinguida. El mismo paseo frente al mar, en horario diurno, se torna más bucólico. Es ideal rehacerlo entero, escogiendo un lugar para cenar tranquilamente y, después, acabar de recorrer sus 6 kilómetros de playa, antes de volver al hotel. Es el momento de reponer fuerzas y aprovechar el día siguiente. Tal vez, con un poco de surf.