No sé si alguna vez os ha pasado escuchar alguna noticia o anécdota divertida y, tras una risotada inicial, empezar a notar cómo comienza a pudrirse en tu interior. Cómo algo aparentemente gracioso va tornándose triste según la digieres. A mí me ha pasado con el mapache de Virginia. Resulta que el pobre bicho, un prociónido del condado de Hanover, se coló en una licorería y después de revolverlo todo, terminó bebiendo de una botella de whisky. Narran los periódicos que siendo tan pequeño y sin costumbre alcóholica aparente, al mapache se le subió a la cabeza la gran cantidad que bebió, se emborrachó y terminó desmayándose en el baño, en una imagen que ha dado la vuelta al mundo.
Como a todos, la noticia me pareció desternillante. Como a todos los que han presenciado ingresos psiquiátricos por alcoholismo en personas cercanas, se me pasó rápido la risa. Si es listo el mapache no volverá a acercarse a nosotros, ni él ni los jabalíes, exterminados a puñados en Catalunya por la gripe porcina, que vuelve a poner en jaque nuestro sacrosanto modus vivendi humano. Modus vivendi, o modus matendi, más bien.
Lo de los mapaches, y hasta lo de la peste porcina, ni siquiera es lo peor. Los expertos en clima no tienen duda de que el cambio climático ha contribuido a que coincidieran varios fenómenos meteorológicos en el sudeste asiático, una catástrofe que ha provocado severas inundaciones con cerca de 2000 muertos y casi nueve millones de afectados en varios países la semana pasada.
Supongo que esto no alertará demasiado, aunque os confieso que no sé qué hace falta ya para alertarnos. Creo que para animarme tendré que acogerme a aquel anuncio de la tele, de BMW, en la que aparecía Bruce Lee diciendo aquello de “Be water my friend”, sé agua, amigo, como una consigna filosófica para que no suframos demasiado por lo que ocurre a nuestro alrededor y nos dejemos fluir. aunque vIendo como van las cosas, en realidad sería mejor acogernos a la filosofía del Physcomitrium patens, un tipo de musgo que más que dejarse fluir, sobrevive. Ha conseguir mantenerse vivo durante nueve meses en la parte exterior de la Estación Espacial Internacional, una nave que orbita alrededor de la Tierra a unos 400 km de altitud. El hallazgo demuestra por primera vez que una planta terrestre puede resistir a la exposición prolongada a los elementos cósmicos, y además, al morir, los restos del musgo, degradados por bacterias, generan el primer suelo que permite que otras plantas y animales lleguen después. a mí me parece precioso , aunque como bien contestó el briólogo del CSIC Jesús Muñoz cuando se le preguntó sobre si este descubrimiento servirá para vivir en Marte, «no debemos evitar hablar del verdadero problema», «estamos destruyendo este planeta, y n tiene sentido pensar en soluciones que no son soluciones. Nadie va a vivir en Marte en un futuro cercano, ni en la Luna. Es casi una disculpa para seguir explotando la Tierra sin límites, como si pudiéramos reemplazarla». Sabéis qué, ojalá fuéramos un poquito más musgo. «Be musgo my friend».
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