Dicen que a finales del siglo 19 un líder de una tribu nativa americana les dijo a los yankis aquello de «Sólo cuando el último árbol haya muerto, el último río haya sido envenenado y el último pez haya sido capturado, te darás cuenta de que no se puede comer dinero».
Pues bien, parece que la premonición se nos ha quedado hasta corta y de hecho sospecho que, de vernos a hora, a ese jefe indio le darían ganas de meterse en el tipi, cerrar por dentro como quiera que se haga eso en un tipi, y fumarse algo potente para abstraerse del espanto actual, porque resulta que lo que el loco hombre blanco ahora quiere probar es, a comer armas.
No sé si os habéis enterado pero Zelenski, el presidente ucraniano, acaba de anunciar que va a instaurar varias oficinas de armamento en Berlin y en Copenhague, una suerte de mercadillos de armas para vender el gran excedente de armas que tiene su país y, con lo que gane, comprar bienes esenciales que, dice el gobierno ucranio, faltan allí. No dice exactamente cuáles, pero según un comunicado de Unicef de este mismo verano, en Ucrania ahora mismo escasea entre los niños alimentos nutritivos, suministro de agua potable, alcantarillado, ropa adecuada, calefacción en el hogar y material educativo. Casi la mitad de niños carece de acceso a una zona para jugar, en casa o al aire libre.
A lo mejor acaban de caer en la cuenta de que las armas, esas que les hemos vendido masivamente desde occidente para defenderse de Rusia desde que comenzara la invasión, no se pueden comer y ahora han pensado en revenderlas en este bazar de invierno en el que me imagino al propio Zelenski gritando, “arrrtillería movil señioraaa, artiiilleriaaaa moviiil” “dos drones por il presio di uno”, “proyectiles saltarines”, “un buen mortero pal caballero”, y cosas así.
Ya sé que la cosa no es de risa, no soy experta en geopolitica, ni tengo muy claro cómo acabar con la guerra, pero me da que son ya unos cuantos años para empezar a volcar los esfuerzos en acabar la guerra, echar un vistazo a la industria armamentística y caer en la cuenta de que la población ni come tomahawks si bebe misiles ni se vacuna con tanques.
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