El arte de la transcripción. Cuando una obra renace

Margarita Lorenzo de Reizabal

Podcast Cultura

El arte de la transcripción. Cuando una obra renace

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Hoy vamos a explorar un terreno fascinante: las transcripciones, esas metamorfosis musicales en las que una obra cambia de instrumento, de textura o incluso de carácter, pero sigue siendo ella misma

Y lo bonito es que las transcripciones cuentan historias: historias de necesidad, de homenaje, de capricho, de amor por un instrumento, e incluso historias de supervivencia, porque durante siglos fue la única forma de que la música viajara por los hogares, los salones y los conservatorios.

Vamos a explorar hoy varios ejemplos que muestran cómo una obra puede renacer cuando cambia de piel, y cómo a veces ese nuevo rostro revela cosas que estaban escondidas en la versión original.

Una de las razones más hermosas para transcribir es simplemente el amor por un instrumento. Cuando un intérprete piensa: “esta obra es demasiado bella como para no poder tocarla en mi instrumento”.

Esto ocurre mucho con piezas de piano o de voz que encuentran nuevas vidas en manos de clarinetistas, arpistas, cellistas…

Hay transcripciones que no solo cambian el instrumento: revelan la obra, la iluminan desde dentro. Y el caso más famoso es probablemente éste: la versión orquestal de Ravel de los Cuadros de una exposición de Mussorgski.

La obra original, escrita en 1874, es para piano. Un piano poderoso, sí, pero limitado en colores. Cuando Ravel la orquestó en 1922, no se limitó a “repartir notas”: pintó con sonidos. : creó una paleta de colores totalmente nueva. Su orquestación es un manual vivo de instrumentación: saxofón, madera solista, cuerdas con sordina, percusión brillante… cada cuadro se vuelve casi pictórico.

En el siglo XIX, Antes de la grabación sonora, si querías escuchar una sinfonía… había que tocarla. las sinfonías viajaban de salón en salón gracias a versiones para piano a cuatro manos. Era la forma de divulgar la gran música antes de la era de la grabación.

Por eso proliferaron las versiones a cuatro manos, que permitían llevar a casa repertorios imposibles. Uno de los grandes artesanos de estas versiones fue el propio Johannes Brahms, que transcribió numerosas obras —suyas y ajenas— para piano a cuatro manos. Brahms, cuidadoso artesano de texturas, preparó muchas de estas reducciones.

Hoy hemos visto cómo una obra puede renacer en manos nuevas, con colores nuevos, sin dejar de ser ella misma.


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