Un estudio del Grupo de Investigación en Determinantes Sociales de la Salud y Cambio Demográfico – OPIK ha detectado que se produce un mayor consumo de ansiolíticos e hipnosedantes (AHS) entre las adolescentes que entre los jóvenes de la misma edad. Una diferencia que aumenta cuando el nivel educativo de los progenitores es menor; en especial, la formación académica de las madres. Sin embargo, la procedencia geográfica no parece influir en el consumo de estos fármacos. Hablamos con Xabi Martínez, miembro del grupo de investigación OPIK.
Estas son las principales conclusiones a las que ha llegado el grupo de investigación OPIK de la UPV/EHU en su estudio sobre las “Desigualdades de género en el consumo de ansiolíticos e hipnosedantes (AHS) por parte de los adolescentes en España” en 2021, así como su tendencia. Esta investigación se llevó a cabo al advertir el grupo de investigación que, cada vez, “hay mayores indicios del deterioro en la salud mental de la población, sobre todo, entre las mujeres y adolescentes”, y haber detectado “un aumento progresivo de la dispensación de ansiolíticos y antidepresivos en las últimas décadas”.
En concreto, el estudio se ha centrado en “las desigualdades de género y su tendencia temporal (2010-2021) en el consumo de AHS en estudiantes de Enseñanza Secundaria” de España, de entre catorce a dieciocho años. Para ello también tuvieron en cuenta otros factores de desigualdad, como el lugar de origen y el nivel educativo de los progenitores.
En la investigación se observa que “todas las alumnas han declarado consumos significativamente superiores a sus compañeros en todas las edades: el 24,1% de las chicas, frente al 15,3% de los chicos, habían consumido psicofármacos alguna vez en su vida, un 17,6% de chicas y un 9,7% de chicos durante el último año. Además, se detecta un gradiente positivo del consumo con la edad: el 26,9% de las mujeres ya habían consumido este tipo de fármacos para los 17 años, alcanzando el 30,7% a los dieciocho, aunque el incremento del consumo con la edad fue más intenso en ellos, ya que doblaron su consumo entre los catorce y dieciocho años”.
Por otro lado, la investigación hace hincapié en la relación entre madre e hija y el mayor consumo de AHS. La investigación asegura que “la peor situación socioeconómica y mental de la madre, con la posible medicalización de su malestar, podría contribuir a la transmisión del consumo a las hijas, entendido como una vía de cuidado materno-filial dentro de un sistema de lealtades invisibles en las familias”.
Igualmente, el estudio resalta la relación entre un mayor consumo de ansiolíticos e hipnosedantes y el nivel de estudios de sus progenitores. Según los resultados de la investigación, el consumo de estos productos era mayor entre las adolescentes según disminuía el nivel de estudios de su padre y madre; en especial, cuanto menor era la educación de sus madres. Por el contrario, el consumo de los chicos no se vio significativamente alterado por este factor. Sin embargo, el lugar de origen de los progenitores no resultó tener incidencia alguna, ya que se detectaron “comportamientos similares entre los provenientes de países de renta media-baja y sus compañeros autóctonos”.
Discriminación y violencias cotidianas
La investigación indica que “una de las causas por la que se da el mayor consumo en mujeres es consecuencia del malestar psíquico proveniente de la discriminación material y violencias cotidianas que sufren”. Respecto a las adolescentes, ese mayor consumo podría darse, según OPIK, “porque a esas edades la construcción de la feminidad gira en torno a la complacencia y el perfeccionismo, unido a la auto exigencia académica, y que comienzan con relaciones de dependencia y abuso”.
Así mismo, “el incremento progresivo en el consumo de los psicofármacos podría ser -según apunta el estudio- un reflejo de la medicalización de la vida cotidiana, porque mitigan los malestares que generan los procesos por alcanzar perfiles ultra-competentes y proactivos, así como para paliar las situaciones de incertidumbre y vulnerabilidad”; por lo que “las pastillas acaban encarnando una solución individual a los desajustes y problemas que proceden de realidades estructurales”, según las y los autores. En este sentido, el estudio destaca, sobre todo, “la desigualdad de género como un claro condicionante del consumo de los psicofármacos: se estima que las mujeres duplican o triplican las prevalencias de los hombres”.
La investigación advierte de “la necesidad de intervenir sobre los determinantes sociales que condicionan la salud mental y, con ello, el consumo de psicofármacos en la adolescencia”. A nivel comunitario, la investigación propone “una educación afectivo-sexual que refuerce al alumnado en temas como la igualdad de género”. Además, asegura que “sería necesario construir un tejido asociativo fuerte que impulse activos para la salud e implementar espacios de debate que ayuden a su visibilización”. Por último, propone que “a nivel clínico, habría que revertir los vigentes procesos de medicalización”, asegurando que “es necesario instar a las instituciones médicas a abordar la salud mental incluyendo los determinantes sociales y evitando sesgos androcéntricos”.
En su opinión, “se trata de promover políticas, tanto privadas como públicas, que blinden y amplíen los derechos de las mujeres: igualdad salarial y acabar con la precariedad, el reconocimiento y socialización del trabajo doméstico y de los cuidados, así como la abolición de la violencia de género”.
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