Al menos una de cada cuatro personas que se encuentra en coma tras sufrir una lesión cerebral puede oír y es consciente de lo que ocurre a su alrededor, aunque no pueda responder físicamente a las órdenes que se le dan, según ha revelado un estudio internacional publicado en ‘The New England Journal of Medicine’ y recogido por ‘Nature’.
Los hallazgos obtenidos por la investigación muestran que aunque estas personas no podían, por ejemplo, levantar el pulgar cuando se les pedía, mostraron repetidamente actividad cerebral cuando se les pidió que se imaginaran moviéndose o haciendo ejercicio.
Los resultados también indican que podrían utilizar interfaces cerebro-computadora (BCI, por sus siglas en inglés) para comunicarse, según ha apuntado el líder del estudio, Nicholas Schiff, neurólogo de Weill Cornell Medicine, en Nueva York. Las BCI son dispositivos implantados en la cabeza de una persona que capturan la actividad cerebral, la decodifican y la traducen en comandos que pueden, por ejemplo, mover el cursor de una computadora.
El estudio incluyó a 353 personas con lesiones cerebrales causadas por eventos como traumas físicos, ataques cardíacos o accidentes cerebrovasculares. De ellos, 241 no pudieron reaccionar a ninguna de las pruebas estándar que se realizan junto a la cama para medir la capacidad de respuesta, incluida una que pide levantar el pulgar; los otros 112 sí pudieron.
Sometidos a escáner cerebral
Todos los participantes se sometieron al menos a uno de los dos tipos de escáneres cerebrales utilizados durante el estudio. El primero fue una resonancia magnética funcional (fRM), que mide la actividad mental de forma indirecta al detectar la oxigenación de la sangre en el cerebro. El segundo fue un electroencefalograma (EEG), que utiliza un gorro cubierto de electrodos en el cuero cabelludo de una persona para medir directamente la actividad de las ondas cerebrales.
Durante cada escáner, se pidió a las personas que se imaginaran jugando al tenis o abriendo y cerrando la mano. Las órdenes se repitieron de forma continua durante un periodo de 15 a 30 segundos, luego se tomó una pausa y se volvió a repetir el ejercicio entre seis y ocho veces en distintas sesiones.
De las personas que no respondían físicamente, aproximadamente el 25 por ciento mostró actividad cerebral durante todo el examen, ya sea para el EEG o la fRM. Esta capacidad de responder mentalmente pero no físicamente se denomina disociación motora cognitiva.
Dicha cuarta parte de personas tendían a ser más jóvenes que aquellos que no mostraron actividad cerebral, a tener lesiones que eran consecuencia de un trauma físico y a haber vivido con sus lesiones durante más tiempo que los demás. De todos modos, el neurólogo Daniel Kondziella, del hospital Rigshospitalet (Copenhague), ha advertido de que para investigar en profundidad estos vínculos se requerirían evaluaciones repetidas de los individuos durante semanas o meses. «Sabemos muy poco sobre las trayectorias de recuperación de la conciencia a lo largo del tiempo y en diferentes lesiones cerebrales», ha resaltado.
Actividad cerebral constante
Entre las 112 personas del estudio que sí reaccionaron a pruebas como la que pedía levantar el pulgar, el 38 por ciento mostró una actividad cerebral constante. Así, estos participantes obtuvieron un rendimiento un poco mejor que el otro grupo, aunque no mucho, algo que los investigadores han atribuido a que las pruebas establecieron un estándar alto. «He estado en la resonancia magnética y he hecho este experimento, y es difícil», ha comentado Schiff.
Estudios previos ya habían descubierto la disociación cognitiva motora en personas con lesiones cerebrales que no respondían físicamente. Por ejemplo, en una investigación de 2019, el 15 por ciento de las 104 personas que se sometieron a pruebas mostraron este comportamiento. Sin embargo, el estudio actual es más amplio y es la primera investigación multicéntrica de este tipo. Las pruebas se realizaron en seis centros médicos de Bélgica, Francia, Reino Unido y Estados Unidos.
Los investigadores han enumerado a su vez las limitaciones con las que cuenta el estudio. Por ejemplo, no todos los centros médicos utilizaron el mismo número o conjunto de tareas durante las exploraciones de EEG o fRM, o el mismo número de electrodos durante las sesiones de EEG, lo que podría distorsionar los resultados.