

La playa de Pobeña se abre inmensa y serena, con su arena húmeda marcada por las huellas recientes de las máquinas que la perfilan cada mañana. El oleaje rompe suave, dibujando un horizonte en el que se adivinan cargueros esperando su rumbo, mientras algún paseante solitario recorre la orilla como si caminara entre dos mundos: la vastedad del mar y la quietud de la arena.
Al fondo, la silueta de la montaña vigila el paisaje, cubierta de verdes que se deslizan hasta encontrarse con las primeras casas del pueblo. El cielo, salpicado de nubes que dejan pasar claros luminosos, completa una escena que mezcla fuerza y sosiego, naturaleza y vida cotidiana, en uno de los rincones más emblemáticos de la costa vizcaína.