Javier Reino, una vida que hizo de la alegría su oficio

Un hombre capaz de reírse de sí mismo, de bailar cuando el mundo estaba quieto, de contagiar alegría incluso cuando la suya flaqueaba
Javier Reino, una vida que hizo de la alegría su oficio
Un hombre de radio : Javier Reino, dirige y presenta " El reino popular" / / Aitor Bilbao Aresti.
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Hay personas que pasan por el mundo dejando huellas, y otras, como Javier Reino, que dejan caminos enteros. Caminos de risas, de complicidad, de trabajo bien hecho y, sobre todo, de vida. Porque si algo definió a Javier –en su largo recorrido, en su legado inmenso– fue precisamente eso: la vida vivida con todas sus ganas.

Los que tuvimos la suerte de conocerle sabemos que antes que profesional, antes que maestro de radio, de publicidad o de escenario, antes que figura pública, Javier fue amigo. De esos amigos que aparecen con una sonrisa bajo el brazo, que llenan un cuarto sin hacer ruido, que te hacen sentir que todo va a ir bien solo con estar ahí. Tenía esa luz tan difícil de describir y tan fácil de recordar: una que no se apaga, ni siquiera hoy.

Porque Javier fue artista, pero también fue un niño eterno. Un hombre capaz de reírse de sí mismo, de bailar cuando el mundo estaba quieto, de contagiar alegría incluso cuando la suya flaqueaba. Tenía esa magia que nace únicamente en personas irrepetibles: la de convertir lo cotidiano en espectáculo. La de hacer de la vida algo más grande, más amable, más ligero.

Quienes compartimos proyectos con él sabemos que su profesionalidad era de otra época, de esas que ya no se fabrican. Noble, generosa, entregada hasta el último detalle. Pero quienes compartimos mesa, conversación o silencio sabemos algo aún más valioso: que Javier era, ante todo, un corazón enorme envuelto en humor, ingenio y ternura. Que detrás del artista vivía un ser humano capaz de abrazarlo todo.

Hoy nos toca despedirle, pero no desde la tristeza solemne, sino desde el agradecimiento. Porque Javier vivió como quiso: creando, riendo, amando, jugando, convirtiendo cada día en una escena única. Y porque quienes le quisieron –su familia, sus amigos de siempre, sus compañeros de viaje y de aventuras– fueron parte esencial de ese universo suyo que nunca dejó de expandirse.

A sus casi 96 años, Javier Reino no se marcha. Solo se transforma. Se queda en cada carcajada compartida, en cada historia contada, en cada recuerdo que nos dibuja una sonrisa sin pedir permiso. Se queda en las anécdotas que ya forman parte de nuestra memoria colectiva y, sobre todo, en el ejemplo de quien entendió que la vida es un escenario donde uno debe salir siempre con el alma dispuesta a sorprender. Por eso, en vez de llorarle, hagámosle caso. Salgamos a la calle y regalemos una sonrisa. Convirtamos un instante cualquiera en un momento especial. Recordemos que la alegría también es un legado.

Porque Javier Reino, el niño que quería ser payaso y jamás dejó de serlo, nos enseñó que la mayor profesión posible es la de hacer feliz a los demás. Hoy, maestro, solo podemos darte las gracias.

Gracias por tanto.

Gracias por siempre.

Goian bego.

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