Hacer carrera política parece un periplo despiadado. Por un lado, uno puede querer vocacionalmente contribuir al bien común, pero parece complicado desearlo y llegar al poder sin surgírsele al susodicho ganas de trascender. Dicho de otra manera, ¿es posible querer ser político sin volverse un flipado? ¿cómo es su ego? ¿puede cambiar? Quienes se pervierten terminan apoquinando muy pocas veces, porque el contacto con el poder llega a distorsionar hasta la exposición al castigo.
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