El ensayista y montañero asturiano Pablo Batalla Cueto ha presentado en EgunOn Magazine su obra La Bandera en la Cumbre, un recorrido histórico por cómo la montaña y el alpinismo han servido de altavoz para movimientos feministas, ecologistas, religiosos, fascistas, obreros y nacionalistas, entre otros.
La montaña nunca ha sido neutral
Batalla ha explicado que todas las ideologías de la edad contemporánea «han ido a las montañas, han fundado grupos de montaña para pregonar sus valores y han ondeado su bandera en la cumbre». El autor recuerda que incluso cuando no hay una bandera visible, «la política está en cómo se organiza una expedición, cómo se trata a los sherpas, cuánto se les paga o cómo se reconoce su labor».
Frente a la creencia de que la montaña es un lugar para la evasión, Batalla sostiene que «ha habido mucha política desde el minuto uno», con enfrentamientos históricos entre alpinistas obreros y montañeros conservadores que querían mantener refugios y cumbres como espacios de élite.
Los sherpas, invisibles pero imprescindibles
El autor ha relatado episodios llamativos que ilustran el maltrato sufrido por los serpas, como la protesta que abrió la expedición de Hillary al Everest en 1953, cuando porteadores y guías «cagaron literalmente delante de la embajada británica» tras ser obligados a dormir en el suelo de un garaje mientras los occidentales descansaban en habitaciones lujosas.
Batalla subraya que la imagen del alpinista solitario es una construcción interesada: «Hay una cola de hasta 170 personas para sacarse una foto en la cumbre como si estuvieran solos». Una fantasía, dice, que oculta la labor esencial de quienes fijan cuerdas, montan tiendas o bajan basura.
Mujeres en la cumbre: una bandera en sí misma
El libro recoge también hitos del montañismo feminista, como la ascensión de Ann Lister al Viñemal en 1830. «Ya había mujeres subiendo montañas desde el primer momento», recuerda Batalla. Sin embargo, sus logros han sido frecuentemente invisibilizados, como ocurrió cuando el conde de la Moscova impuso su versión de la historia y dio nombre al corredor que ella había ascendido primero.
Pastores, héroes anónimos de las cumbres
El ensayista destaca la mirada del montañero cántabro Víctor Puente Cantero, quien reivindica a los pastores como verdaderos referentes: «Mis ídolos no son Kilian Jornet ni Reinhold Messner, sino los pastores de la Armida». Batalla recoge testimonios que muestran cómo estos pastores recorrieron pasos que incluso los montañeros más experimentados no se atreverían a cruzar.
El montañismo fascista y otras apropiaciones ideológicas
Entre los episodios menos amables, Batalla repasa el uso del alpinismo por parte del fascismo europeo. Hitler convirtió el Nanga Parbat en «la montaña del destino alemán» y envió allí a la élite del alpinismo, con órdenes de no volver sin lograr la cima. Veintiséis exploradores murieron.
En la Italia fascista, el montañismo fue clasificado como uno de los deportes «más fascistas», considerado idóneo para la preparación militar.
La montaña como refugio y como espejo del mundo
El libro recuerda también las rutas serranas utilizadas por judíos que huían del Holocausto y que décadas después regresaron para contemplar la belleza que entonces no pudieron admirar. Para Batalla, la montaña es un espacio para la superación personal, un terreno donde «no puedes parar y volver atrás» y donde se descubren fuerzas inesperadas.
El autor confiesa que su lugar preferido en el mundo son los Picos de Europa y que caminar siempre ha sido su manera de curar los malos momentos: «Mis dos médicos son mi pierna izquierda y mi pierna derecha».
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