La vida en Muxika no se entiende sin su tierra, sus caseríos y, sobre todo, sin las mujeres que han construido el presente desde el trabajo invisible del pasado. En la sección TOURrescusa de Radio Popular – Herri Irratia, Iker Torrescusa ha visitado este municipio del interior de Bizkaia para escuchar la historia de Feli Madariaga, vecina del pueblo, y Onintza Enbeita, periodista y escritora.
Una vida entera en el baserri
«Muxika es donde he vivido, donde he crecido y donde he aprendido casi todo lo que sé», ha recordado Onintza Enbeita, que ha recogido parte de esa memoria en su obra Bizitza baten txatalak. Pero el relato no se ha centrado en el libro, sino en lo que representa: una forma de vida enraizada, resistente y poco conocida fuera del entorno rural.
Feli Madariaga ha puesto voz a esa experiencia: «Estoy contenta de la vida que he llevado. Trabajar, pero alegre. Hablar con todo el mundo… muy bonito». Su vida ha girado en torno al baserri, a los ritmos que marca la tierra y a los cuidados, invisibles muchas veces, que sostienen una comunidad.
La tierra como centro de todo
La tierra no era solo medio de vida, sino también un lugar de entrega. «No solo han recibido de la tierra, sino que le han dado esfuerzo, cariño, mimo», ha explicado Enbeita. Y no ha sido fácil: «La tierra no es como un taller donde encajas piezas y te sale un tornillo. Hay que mirar el clima, la semilla, la planta… Tener paciencia».
Esa paciencia la ha tenido Feli, que recuerda cómo se tumbaba sobre una tabla entre dos escaleras para arrancar las malas hierbas a mano, porque su marido no quería usar herbicidas.
Generaciones que no valoran lo que no han vivido
Onintza ha sido clara: «Hoy en día no se valora. Somos inconscientes. Vas al supermercado y puedes comprar cualquier cosa en cualquier época del año. Antes se respetaban los ciclos de la tierra». Esa desconexión hace que historias como la de Feli sean necesarias. Porque muchas de esas vidas no han dejado fotos, pero sí enseñanzas.
«Feli explica muy bien que no es lo mismo comer txarriki que porquerías», ha señalado entre risas. Y es que antes se sabía lo que se comía, de dónde venía y cuánto costaba cultivarlo.
El trabajo como libertad
Aunque el trabajo era duro, también era propio. «No han trabajado para nadie, salvo para ellas mismas, y eso también te hace libre», ha apuntado Enbeita. Feli lo confirma: «A mí no me gustaba ir a la playa, me quedaba en casa haciendo los trabajos». Y a pesar de ello, lo recuerda todo con una sonrisa: «Estoy contenta».
Sus nietos comen en su casa, la ayudan en la huerta y, según ella, «yo creo que sí valoran» ese legado. Porque lo han visto. Lo han vivido de cerca.
Escuchar antes de olvidar
«Hay que preguntar directamente a las generaciones anteriores sin imaginar cómo han vivido», ha dicho Onintza Enbeita para cerrar. Porque si no se pregunta, si no se escucha, si no se transmite, el mundo que construyeron mujeres como Feli se perderá entre las etiquetas de los supermercados.
