

Esta fábula social sobre el poder del dinero, las hipocresías sociales, las mentiras escondidas y el deseo irracional, cumplió un siglo en 2023, pues se estrenó en 1923 en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. El argumento de Los Gavilanes es el de un joven pescador llamado Juan que abandona la aldea que le vio nacer y marcha a «las Américas», en busca de oro y fortuna para ofrecérselas a Adriana, la moza que ha prendado su corazón. Juan regresa muchos años después cargado del codiciado oro que ha conseguido en el Perú, y se enfrenta a sus sueños perdidos desde la lejana juventud. En una aldea sin nombre de la Provenza francesa, en 1845, una serie de personajes reviven las ilusiones del pasado cuando uno de sus miembros, Juan, un indiano al que en la aldea consideraban muerto, regresa a su origen enriquecido y poderoso. Cuando vuelve, con el municipio proyectando sobre él la esperanza interesada de que sufrague el arreglo de los problemas del pueblo, su antiguo amor de juventud, Adriana, ya es viuda y tiene una hija, Rosaura, a la que Juan, que ha pagado todas las deudas de su familia para obligarla a deberle algo, perseguirá en matrimonio, como un gavilán rondando a una paloma, en un ambiente de gran escándalo y trastorno. Su título proviene del mote de «el gavilán» con el que el alcalde y el gendarme de la aldea empiezan a llamar a Juan, con todo desprecio, comparándole con estas aves que cazan a las inocentes palomas.
El libreto lo escribió José Ramos Martín y la música, que convirtió al título en uno de los más populares y apreciados de los aficionados a la zarzuela, es de Jacinto Guerrero, un compositor toledano que gozó de gran éxito internacional. Los gavilanes es una obra fresca y sencilla de contagiosa inspiración melódica. Una zarzuela regionalista, pero también cosmopolita y moderna, que despliega las mezquindades sociales sobre un brillante tapiz musical.
El toledano Jacinto Guerrero, un tipo simpático, jovial, sin vanas pretensiones de genio, supo crear obras que conectaban con el público a partir de una extraordinariamente fértil vena melódica, puesta siempre al servicio de argumentos sencillos, basados en personajes cercanos y reconocibles, entre los que suele triunfar el amor. Los Gavilanes, es un buen ejemplo.
Jacinto Guerrero Torres, desde los 6 años ya tocaba el bombo y los platillos en la Banda de su pueblo, de la que su padre era el director. Desde los 14, y ya huérfano de padre, se esforzó en sacar adelante a su familia y entre otros trabajos era animador musical en las fiestas de los pueblos y pianista en salas de cine. En 1914 compone el Himno a Toledo, escrito para banda y gracias a ello le dan una beca de la Diputación y del Ayuntamiento para ingresar en el Conservatorio de Madrid, y aquí pronto consigue un puesto como violinista en la orquesta del teatro Apolo. Su trayectoria fue imparable: en 1921 estrenó en Barcelona La alsaciana y en 1922 La montería en Zaragoza y al año siguiente en Madrid fueron Los gavilanes. Y en 1927 otro de sus más grandes triunfos: El huésped del sevillano que, con su Canto a la espada, se hizo famosísima. En 1930 compuso la banda sonora de uno de los primeros cortometrajes del cine sonoro español: La canción del día y también, ese mismo año, otro de sus grandes éxitos La rosa del azafrán (una libre adaptación de El perro del hortelano de Lope de Vega) en el teatro Calderón de Madrid.
El canastillo de fresas, que se estrenó en 1951 en el Teatro Albéniz de Madrid fue su obra póstuma.
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