

Tradicionalmente, la historia de la música clásica occidental se ha centrado en Europa. Aunque han aparecido nuevos actores como los Estados Unidos de América, la información proporcionada acerca de la música clásica de América Latina y sus compositores apenas se ha cubierto. Sin embargo, la historia existe, es muy profunda, extensa y antigua. Desde el período colonial en el que España y Portugal establecieron – después del encuentro -sus colonias en América Latina, la música de Europa se introdujo en el «Nuevo Mundo». La Iglesia es la institución que promovió la música sacra y la música secular fue creada y practicada por la población laica y mestiza. Por ejemplo, los virreinatos de Lima y Nueva España eran bien conocidos por sus compositores que trabajaron como maestros de capilla en las catedrales. Nombres como: Fray Esteban Ponce de León, Domenico Zipoli, Juan de Araujo, Esteban Salas, son algunos de los compositores del barroco latinoamericano.
Durante el período Virreinal las ciudades constituidas como ejes llevan a cabo los oficios litúrgicos a la manera de España y Portugal. La Capilla americana, en pocos años, es un remedo de la Gran Capilla peninsular y, por lo tanto, su repertorio es similar. Así como en Europa se asombran con los datos y los objetos materiales que llegan del Nuevo Mundo, en América reciben con beneplácito las partituras recién impresas de Victoria, Guerrero, Morales, Palestrina o Lasso y los tratados teóricos de moda, que se leen y practican cotidianamente. Los maestros de Capilla que viajan a estas tierras forman escuela y surgen compositores autóctonos que dan brillo a las ceremonias y prestigian las iglesias a las que son destinados. Los principales centros documentales y de manuscritos musicales del período colonial se encuentran en México, Guatemala y en una franja que baja por el oeste sudamericano hasta Bolivia y Brasil, en Minas Gerais. Dentro de este panorama los Archivos de Perú –Cuzco y Lima– y de Bolivia –Sucre– representan un importante porcentaje de material documental original.
Después de la independencia, hubo en el continente una época de reestructuración geopolítica realizada por la mayoría de las ex colonias de América Latina y la música clásica en latinoamericana también continuó su desarrollo, en otras palabras: su historia. Me gustaría mencionar algunos ejemplos como la Escuela de Chacao en Venezuela, dirigida por el Padre Sojo, los compositores de Minas Gerais como José Joaquín Emerico Lobo de Mesquita en Brasil, los compositores de la Escuela de Puebla, o la escuela cubana dirigida por Manuel Saumell, Ignacio Cervantes y Nicolás Espadero. La música durante este período de la historia sigue estando fuertemente influenciada por la estética europea. Sin embargo, este fenómeno no se mantendrá por más tiempo porque con el nacimiento de cada estado-nación en América Latina un particular enfoque hacia la composición de la música por parte de los compositores autóctonos estaba naciendo. Este punto de inflexión cultural e histórica se conoce como «Nacionalismo». Por ejemplo; en Brasil, Ernesto Nazareth y Alberto Nepomuceno escribieron música inspirada en el folclore brasileño y alentaron a los compositores a expresar sus ideas musicales usando elementos de la cultura autóctona brasileña.
Durante el siglo XX un grupo significativo de compositores de América Latina, así como intérpretes, alcanzaron el reconocimiento internacional. Alberto Ginastera, Carlos Guatavino y Astor Piazzolla de Argentina, Heitor Villalobos, Lorenzo Fernandez y Camargo Guarnieri de Brasil, Antonio Estevez, Inocente Carreño y Antonio Lauro de Venezuela, Manuel Ponce, Carlos Chávez y Silvestre Revueltas de México, entre otros, son una muestra de esta sinergia de creación latinoamericana. Además, ellos fueron invitados para interpretar y dirigir sus obras con las principales orquestas del mundo en Berlín, Nueva York, Boston, París, Viena, Barcelona, Leipzig, Madrid, Londres, Filadelfia.
Prominentes intérpretes como Arthur Rubinstein, Andrés Segovia, Nicanor Zabaleta, Erik Kleiber, Ernest Arsemet y Leonard Bernstein, han dedicado programas y grabaciones a compositores latinoamericanos. Aun más, la música de América Latina ha sido una fuente de inspiración para los compositores del siglo XX. Igor Stravinsky escribió un tango en su ópera The Rag Progress, Leonard Bernstein, escribió un mambo en su obra West Side Story. Por otra parte, Aaron Copland, que viajó extensamente por América Latina intercambiando ideas y amistad con muchos compositores latinoamericanos, escribió piezas inspiradas en este continente como Three Latin American Sketches, Danzón, y el Salón México. Hay más ejemplos como: Darius Milhaud Saudades do Brazil, Hans Werner Henze Memorias del Cimarrón, o Xavier Montsalvatge Cinco canciones negras, entre otros.
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