Un uomo solo è al comando. Una frase que ha servido para dar cuenta de la grandeza, de los ataque más recordados de la historia del Giro d’Italia. Una frase que aparece en un porcentaje bastante elevado de las carreras en las que participa el astro esloveno. Tadej Pogacar (UAE) corre a otro nivel, se queda solo casi siempre que lo desea. Y este Giro ha sido un recordatorio permanente de sus superioridad sobre el 99% del pelotón. Sus compañeros en el podio en Roma, Daniel Felipe Martínez (Bora) y Geraint Thomas (Ineos), han quedado a una distancia abismal del gran dominador de la carrera.
Si alguien merece una mención especial en cualquier resumen del Giro que se precie ese es Jhonatan Narváez (Ineos), campeón ecuatoriano enrolado en el Ineos. Logró hacer algo que pocos pueden, robarle a Pogacar una victoria muy deseada, la victoria que hubiera hecho de esta victoria una gesta aún más histórica. Narváez se impuso a Pogacar en la jornada inaugural y evitó que el esloveno vistiera la maglia rosa desde Turín hasta Roma. Con otro corredor se hablaría de la dificultad de volver a verse en esa tesitura de nuevo. Con Pogacar, todo es posible, como demuestran sus números de esprínter en lo que a victorias parciales se refiere (6 etapas).
Más excelencia que épica
Aunque se abuse del término, y se haya aplicado a algunas victorias de Pogi, lo cierto es que lo suyo tiene poco que ver con la épica y mucho con el aplastamiento. Es difícil calificar de épico un ataque cuando no busca sobreponerse a ninguna adversidad, cuando simplemente es producto de una superioridad casi insultante. A Pogacar le ha dado tiempo hasta para lanzarle esprints a Molano y ha controlar la carrera con un equipo que no era ni mucho menos el mejor que podía alinear el poderosísimo UAE. Hay quien ha expresado cierto hartazgo respecto al desarrollo de la carrera, a la previsibilidad de la misma. Es una postura respetable, pero quizá pueda superarse cambiando la forma en la que nos acercamos a la exhibiciones del esloveno.
Otro nivel
Cuando vemos deporte, sea cual sea la disciplina, tenemos dos grandes motivaciones: la lealtad a unos colores (o a un deportista individual) y la excitante sensación que produce la incertidumbre de no saber quién se va a imponer. Con Pogacar es diferente. En este Giro, a partir prácticamente del segundo día, ya sabíamos que iba a ganar. No había incertidumbre alguna. Pero incertidumbre e interés no son sinónimos y de los segundo hemos tenido bastante. Ver a Pogi es como ver un concurso de atletismo cuando el ganador, una vez garantizado el oro, se pone a buscar su marca personal o el récord del mundo. Ver a Pogacar en estos momentos, sin Vingegaard mediante, se parece mucho a ver un último intento de Mondo Duplantis o un último salto de Yulimar Rojas. Pogacar rara vez compite contra aquellos que se ponen el dorsal junto a él, la mayoría de ocasiones lo hace contra sí mismo y contra la historia. Normal que corredores como Pellizari (Bardiani) queden admirados y a falta de victorias de etapa se lleven un souvenir de quien oposita a ser uno de los mejores de la historia.
Podio eclipsado
Pogacar ha sido la estrella y el resto difícilmente han llegado al papel de secundarios. Si acaso, figurantes. Martínez ha conseguido un podio meritorio y Geraint Thomas, una vez más, se ha agarrado al podio. Queda, eso sí, la pena de que su escuadra no intentase en ningún momento nada diferente para cuestionar el liderazgo de Pogacar. Seguramente no hubiera funcionado, pero la percepción del Giro hubiera sido muy diferente.
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