Los cuentos de Hoffmann (título original en francés, Les contes d’Hoffmann) es una ópera en tres actos, con prólogo y epílogo, música de Jacques Offenbach y libreto en francés de Jules Barbier. Se basa en una obra que el propio Barbier y Michel Carré habían escrito sobre cuentos de E. T. A. Hoffmann. El mismo Hoffmann es un personaje de la ópera, como él mismo hacía en muchas de sus historias.
Los cuentos de Hoffmann es una ópera fantástica con una compleja trama. Los cuentos en los que se basa la ópera son Der Sandmann (1816), Rath Krespel («Consejero Krespel», también conocido en inglés como «The Cremona Violin», esto es, «El violín de Cremona», 1818), y Das verlorene Spiegelbild («El reflejo perdido») de Die Abendteuer der Sylvester-Nacht (Las aventuras de Nochevieja, 1814). El aria de la «Chanson de Kleinzach» en el prólogo se basa en el cuento «Klein Zaches, genannt Zinnober» (1819).
Jacques Offenbach quiso componer una ópera antes de morir basada en algunos cuentos de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, escritor, músico y uno de los exponentes más preclaros del Romanticismo alemán. La obra cuenta con libreto de Jules Barbier, que, junto con la música de Offenbach, crean un fascinante poliedro de almas que se mueven en el juego romántico del retrato y su negativo. Una multitud de personajes en apariencia que se reducen en su esencia a tres: el protagonista Hoffmann, su amada presentada bajo las formas de Olympia, Antonia, Giulietta, Stella; y el diabólico antagonista del poeta, encarnado por los Lindorf, Coppelius, Miracle y Dapertutto.
El argumento de Los cuentos de Hoffmann se centra en una charla de taberna donde Hoffman, el protagonista, cuenta en cada uno de los tres actos la historia de como conquistó, amó y perdió a tres mujeres diferentes. Offenbach murió sin poder terminar Los cuentos de Hoffmann, tarea que llevó a cabo Ernest Guiraud.
Jacques Offenbach había nacido en Prusia. No con el apellido que le hizo popular en los arrabales de los Campos Elíseos, sino con el de su padre (Eberst). También heredó la religión judía y la vocación musical, aunque Jakob (Jacques) se convirtió al catolicismo para desposar a una chica de San Sebastián —Herminia de Alcain— y despuntó como solista de violonchelo. Había encontrado en París la oportunidad de formarse y el acceso a una plaza en el foso de la Opéra Comique. La experiencia le permitió conocer el patrimonio francés canonizado, pero la volubilidad y la creatividad de Offenbach precipitaron un fabuloso periodo de rebeldía en los teatros de menor prestigio y de mayor entusiasmo popular. Estaba naciendo la opereta como la expresión cultural más transgresora del II Imperio. Offenbach escribió la banda sonora de la tiranía liberal de Napoleón III. Y consolidaba un lenguaje corrosivo, provocador y extraordinariamente fértil.
La ‘première’ parisina y vienesa resultó un éxito glorioso, pero Offenbach murió antes de la victoria y tampoco pudo evitar desde la ultratumba que las partituras originales ardieran en un opulento incendio. No cabía mejor ejemplo de la maldición y del sabotaje sobrenatural a la ópera, entre otras razones porque ‘Los cuentos’ se resienten de una figura mefistofélica que sabotea todas las aventuras de Hoffmann y que contribuye al perfil de la tragicomedia.
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