Con diecinueve años, Zuhaitz Gurrutxaga cumplió el sueño de su vida: debutar con la Real Sociedad en Primera División. La perla de la cantera guipuzcoana cautivó a los aficionados y a la prensa, pero empezó a sentir cada vez más presión: «Tenía mucho miedo a fallar en el campo. Llegué a odiar el fútbol por todo lo que me hacía sufrir». Una noche de verano se le voló la cabeza y creyó que se había vuelto loco para siempre. No tenía palabras para nombrar lo que le pasaba, no se atrevía a contárselo a nadie, y en los terrenos de juego trataba de disimularlo como podía. El mismo día en que Gurrutxaga se proclamó subcampeón de Liga con la Real, su madre se asustó tanto con su comportamiento que buscó una psicóloga al azar y lo llevó a su consulta.
El Lemona fue su salvavidas
Todas esas anécdotas quedan recogidas en ‘Subcampeón’, una autobiografía desternillante, cruda y honesta que combina la comedia y la angustia. Esa angustia sólo la abandonó cuando ficho por el Lemona, un equipo que le ayudó a volver a creer en él mismo. «Llegué de capa caída, nadie me quería fichar y me salva el Lemona. De repente, me doy cuenta que la mayoría de los compañeros trabajaba y que aún así lo daban todo».
El hecho de ver otras realidades le llevó a volver a sentirse importante. «Casi por vergüenza tuve que espabilar y fue el mejor año de mi vida futbolística, no había ninguna presión mediática, eso a mí me relajó y empecé a ser futbolista de nuevo», concluye Gurrutxaga.
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