Dotados de un anillo de invisibilidad, como el de Giges «es opinión común que no habría persona de convicciones tan firmes como para perseverar en la justicia». Frágil fundamentación del orden personal y social el limitarlo a no ser ‘cazado’. Hoy existen varias versiones del anillo de Giges: sobornos… corrupción. Y, sobre todo, la desarrollada capacidad del ser humano para engañar y engañarse.
Pero, además de anillos disponemos de espejos. La reflexión o conciencia de uno mismo, aumentada por la visión de la propia imagen en el espejo, reduce las conductas que se oponen a las normas y fomenta el comportamiento prosocial. Los espejos físicos son un medio que aumenta la auto-reflexión y facilita el acceso al ‘espejo ético’ interior, que, por supuesto, requiere un mantenimiento constante: reparar, limpiar, azogar, actualizar… Es el crecimiento moral, vital para la supervivencia humana.
Immanuel Kant formuló el siguiente principio ético: «Actúa de modo que trates a la humanidad, tanto en tu propia persona como en la de los demás, siempre como un fin y nunca como un medio». Pocas, pero esenciales y sustanciosas palabras. Excelente y práctico ‘espejo’, capaz de superar con mucho al anillo de Giges y de crear armonía personal y social estable, semejante a la del cielo estrellado, que también, con creciente admiración y respeto, contemplaba el filósofo de Königsberg.
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