Un bloque de ámbar de unos 2,5 kilos hallado en Rusia vuelve a poner el foco en la conservación extraordinaria que ofrece esta resina fosilizada… y en el eterno mito de Jurassic Park: ¿Podríamos recuperar ADN de dinosaurio? La respuesta corta es no. LOGOS Elkartea te cuenta por qué.
El reciente hallazgo de un gran fragmento de ámbar con restos biológicos de millones de años ha despertado interés en la comunidad científica y entre el público general. Este tipo de descubrimientos permite estudiar cómo eran los ecosistemas del pasado con un nivel de detalle difícil de conseguir por otros medios. El ámbar, al solidificarse, puede encapsular insectos y pequeños organismos con una fidelidad asombrosa.
La imaginación, inevitablemente, nos lleva a Jurassic Park. En la historia de Michael Crichton llevada al cine por Steven Spielberg, los científicos extraen ADN de dinosaurio de mosquitos atrapados en resina y completan las secuencias faltantes con material genético de anfibios actuales. Sin embargo, ahí es donde la ciencia ficción se separa de la realidad.
El ADN es una molécula altamente inestable a lo largo de escalas geológicas. Aunque un ejemplar en ámbar pueda mantenerse “intacto” a simple vista, su material genético sufre degradación química con el tiempo. Tras decenas de millones de años, la fragmentación es tal que no permite reconstruir secuencias funcionales para clonar organismos extintos. La conservación en ámbar es extraordinaria para el estudio morfológico, pero no preserva ADN utilizable como plantea la ficción.
La película también plantea una solución creativa: rellenar los “huecos” de las cadenas con ADN de rana. En la práctica, la ingeniería genética no funciona así. Aunque hoy contamos con herramientas poderosas —clonación, edición genética— y hay proyectos centrados en especies desaparecidas en tiempos relativamente recientes, recrear dinosaurios extinguidos hace 65 millones de años está fuera del alcance de la tecnología actual.
En definitiva, el nuevo hallazgo vuelve a recordarnos dos cosas. Primero, la capacidad del ámbar para conservar un registro único de la vida pretérita, clave para entender cómo vivían y cómo se transformaron aquellos ecosistemas. Y segundo, los límites de la ciencia cuando se enfrenta al mito de “revivir” la prehistoria. El cine nos invita a soñar; la ciencia nos permite comprender. Y cada fragmento de ámbar que llega a las manos de los investigadores es, ante todo, un testigo del tiempo.
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