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AKi-DYA 24 Pili Martinez y Juan participaron en el despliegue de emergencia, y nos lo cuentan.

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40 AÑOS DEL ACCIDENTE DEL MONTE OIZ

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40 AÑOS DESPUÉS: RECORDANDO EL TRÁGICO ACCIDENTE AÉREO DEL MONTE OIZ Y LA HEROICA LABOR DE LOS VOLUNTARIOS

Este 19 de febrero se cumplen 40 años de uno de los sucesos más dolorosos en la historia de Bizkaia: el accidente aéreo del Monte Oiz. Un vuelo de Iberia, el IB 610, que cubría la ruta Madrid-Bilbao, se estrelló contra una antena de televisión en la cima del monte, llevándose consigo la vida de 148 personas. Hoy, recordamos ese fatídico día y rendimos homenaje a los voluntarios que, con valentía y humanidad, acudieron al lugar del siniestro.

Martes de Carnaval que Marcó la Historia: 19 de Febrero de 1985

 El 19 de febrero de 1985, un vuelo de Iberia procedente de Madrid con destino al aeropuerto de Sondika, se encontró con un destino fatal. Al intentar la maniobra de aproximación, la aeronave impactó contra una antena de televisión ubicada en el Monte Oiz, a 1026 metros de altitud. La tragedia se cobró la vida de todos los ocupantes: 141 pasajeros y 7 tripulantes.

En un contexto marcado por la tensión social y política, con la amenaza del terrorismo de ETA presente, las primeras informaciones fueron confusas y alarmantes. Se especuló incluso con la posibilidad de un atentado contra las antenas. Sin embargo, la cruda realidad pronto se impuso: un avión se había estrellado, dejando tras de sí una escena desoladora.

JAVIER Y PILI MARTINEZ, DOS VOLUNTARIOS EN EL CORAZÓN DE LA TRAGEDIA

 Para comprender la magnitud de lo ocurrido, contamos con el testimonio de Javier, un voluntario que participó en las labores de asistencia en el Monte Oiz. Sus palabras nos transportan a ese momento, permitiéndonos sentir, aunque sea mínimamente, la dureza de la experiencia.

«Llegamos allí corriendo, dejando todo atrás,» recuerda Javier. «Teníamos la suerte de conocer el camino hacia el repetidor de la antena, lo que nos permitió llegar antes que otros equipos a la zona donde impactó el avión.»

Pero lo que encontraron allí fue mucho más allá de lo imaginable: «Restos por todas partes, y al manipular entre los restos, la confirmación de que no había supervivientes.»

El impacto visual se sumaba al olfativo, creando una atmósfera aún más sobrecogedora: «Un tremendo olor a queroseno y a quemado lo impregnaba todo. Uno de los motores aún estaba en llamas cuando llegamos.»

LA LABOR SILENCIOSA DE LOS HÉROES ANÓNIMOS

 Voluntarios de la DYA, bomberos, Cruz Roja, Guardia Civil, miembros de Arkaute… Cientos de personas se movilizaron para colaborar en las tareas de rescate y asistencia. La prioridad inicial era encontrar supervivientes, pero pronto la búsqueda se centró en la recuperación e identificación de los restos mortales.

«Nos tocó recoger los cuerpos, los cachos, y reagruparlos por zonas para poder identificarlos,» explica Javier. «Como en una excavación arqueológica, pero mucho más duro.»

En medio del caos y la desolación, estos hombres y mujeres trabajaron incansablemente, exponiéndose a peligros físicos y emocionales, con la única motivación de ayudar y dar consuelo a las familias de las víctimas.

El accidente del Monte Oiz marcó un antes y un después en la gestión de emergencias en Euskadi. Aunque en aquel momento no existían protocolos de apoyo psicológico para los intervinientes, la experiencia sirvió para concienciar sobre la necesidad de cuidar también a quienes cuidan.

«En aquellos momentos, nos lo comíamos y nos lo bebíamos,» recuerda Javier. «Desconectar, tratar a las víctimas como seres humanos y luego olvidarte… Era lo que tocaba.»

Hoy en día, la DYA y otros servicios de emergencia cuentan con recursos y protocolos mucho más avanzados, tanto a nivel técnico como humano. Sin embargo, el espíritu de ayuda y la vocación de servicio siguen siendo los mismos que impulsaron a aquellos voluntarios a subir al Monte Oiz hace 40 años.

LEGADO DE SOLIDARIDAD Y COMPROMISO

La historia del accidente del Monte Oiz es una historia de dolor y pérdida, pero también de solidaridad y humanidad. Los voluntarios que participaron en las labores de rescate demostraron una valentía y un compromiso que merecen ser recordados y honrados.

Como dice Javier, «El espíritu de ayuda a los demás es muy enriquecedor y satisfactorio. Animo a todo el mundo a que en algún momento de su vida se hagan voluntarios.»

Y para cerrar, una anécdota que resume el espíritu de aquellos voluntarios: un joven que perdió a su padre en el accidente del Monte Oiz se unió años después a la DYA, como una forma de honrar su memoria y contribuir a ayudar a los demás.

Un ejemplo de cómo, incluso en las tragedias más grandes, puede surgir la semilla de la esperanza y la solidaridad.

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