La naturaleza en la música: de jardines, flores, cursos de agua y montañas

Margarita Lorenzo de Reizabal nos invita a disfrutar de la impronta de la naturaleza en la música

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La naturaleza en la música: de jardines, flores, cursos de agua y montañas

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Hoy viajaremos al corazón mismo de la naturaleza, esa fuente inagotable de belleza, misterio y armonía que ha inspirado a los compositores a lo largo de los siglos. La música, como el agua o el viento, también fluye; se disuelve en el aire para contarnos historias de montañas, ríos, bosques y aves.

¿Qué relación existe entre la naturaleza y el arte de los sonidos? Desde los albores del romanticismo hasta la sensibilidad contemporánea, los compositores han transformado el rumor de la tierra en melodía, el canto de los pájaros en motivo temático, y la vastedad del paisaje en sinfonía.

Nuestro viaje comienza en un prado idílico. A lo lejos, un arroyo murmura. Beethoven, quizás el compositor más profundamente ligado a la idea de naturaleza, quiso plasmar en su Sexta Sinfonía, la “Pastoral”, no una simple descripción, sino el sentimiento que despierta el contacto con la vida campestre.

Edvard Grieg

En otros lugares de Europa, los músicos también buscaron esa comunión. Escuchemos ahora a Edvard Grieg, cuya música para Peer Gynt está llena de imágenes nórdicas. “Mañana”, uno de sus fragmentos más célebres, abre una ventana al amanecer de Noruega: cuerdas y maderas despiertan lentamente, como el sol sobre los fiordos.

El siguiente elemento natural es el agua: origen, movimiento y reflejo. En ella, los compositores encontraron el símbolo perfecto de la libertad sonora. Escuchamos primero una obra para piano de Claude Debussy: Reflets dans l’eau, los reflejos en el agua. Aquí las notas parecen gotas que caen, círculos que se expanden. Debussy no imita el agua: la convierte en sonido.

Otro río, esta vez real, inspira una de las páginas más queridas del repertorio sinfónico: El Moldava, de Bedřich Smetana. En este poema sinfónico seguimos el curso del río desde su nacimiento en dos claros manantiales hasta su desembocadura en el Elba. Los violines dibujan el fluir, las flautas las corrientes luminosas, y la orquesta entera se convierte en paisaje sonoro de la Bohemia natal del compositor.

Transformar en música el juego mismo del agua

Y si Debussy soñaba reflejos y Smetana narraba un río, Ravel quiso transformar en música el juego mismo del agua. Jeux d’eau, literalmente “Juegos de agua”, es una cascada de arpegios, un experimento impresionista donde la luz y la transparencia se funden en pura energía líquida.

En nuestro viaje sonoro, dejamos atrás los ríos y los claros del bosque para alzar la mirada hacia otro territorio natural y simbólico: la montaña. Desde las primeras civilizaciones, la montaña ha sido lugar de trascendencia, de desafío, de mirada hacia lo infinito. En la música, esas alturas se han convertido en inspiración para hablar tanto de la naturaleza como del espíritu humano.

Comenzamos con una obra monumental: Una sinfonía alpina de Richard Strauss. Estrenada en 1915, describe el ascenso de un montañista desde el amanecer hasta la cumbre y su posterior descenso al anochecer. Es un viaje físico pero también interior. Strauss recurre a una orquesta colosal: más de 120 músicos, órgano, instrumentos de viento y percusión que evocan tormentas, cascadas y el aire enrarecido de las alturas.

La montaña también inspiró a Felix Mendelssohn en su obertura Las Hébridas, también conocida como La cueva de Fingal. Aunque es una pieza marítima, nace del impacto visual que le causaron las abruptas costas de Escocia. En su música, las olas golpean las rocas, y el viento que sopla entre los acantilados se convierte en sonido envolvente.

Tras haber ascendido a las montañas, llegamos ahora al sosiego del jardín. Frente a la inmensidad del paisaje natural, el jardín representa la naturaleza ordenada por la mano del ser humano: un espacio de contemplación, equilibrio y belleza. Desde los claustros medievales hasta los parques románticos, los jardines fueron lugares donde los artistas buscaron silencio, color y melodía.

El primer ejemplo musical que acompaña esta idea nos lleva al universo refinado de Claude Debussy. En Jardins sous la pluie —“Jardines bajo la lluvia”— el compositor francés convierte una escena cotidiana en un caleidoscopio sonoro. Las gotas de agua golpean las flores, el viento agita los árboles, y el piano reproduce esa danza caprichosa de la naturaleza que, incluso cuando se ordena en un jardín, sigue siendo libre.


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